Había
un hombre que se llamaba Ramón
Ayala y era apodado “el buen gallo del
barrio”. Había una señora que era muy guapa y los hombres intentaban
conquistarla, don Ayala después de sus grandes borracheras, caminando hacia su
casa que se ubicaba a unas pocas cuadras de la Plaza de la Independencia,
decide pararse frente a la Catedral y así se enfrenta al gallo de la Catedral,
diciendo: "¡Qué gallos de pelea, ni qué gallos de iglesia! ¡Soy el más
gallo! ¡Ningún gallo me ningunea! ¡Ni el gallo de la Catedral!
Se
dice que los gritos de don Ramón podían acabar con la paciencia de cualquiera,
don Ramón, ebrio, sentía que algo lo estaba siguiendo y comenzó a tener mucho
miedo, pero como un buen gallo se paró desafiante. El gallo con un picotazo en
la pierna lo tiró en el suelo de la Plaza Grande. Don Ramón asustado y con
miedo pidió perdón a la Catedral y a su gallo, pero este le dijo que prometiera
que nunca volviera a tomar micelas y él le contestó que ni agua volverá a
tomar.
Versión de: Valentina Álvarez.
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